Tuesday, April 17, 2007

Una carta (a propósito de Claudio Bertoni y Kafka)


No haré que me escribas póstumas cartas, nunca nunca, no haré intercambios epistolares con faltas a la inmensidad de este sonido. Yo solo te oigo así y me encanta como suena. Creía apenas y vagamente en estas cosas. Creía que no se le podía pedir más sol al sol y sí, se ve, que es una manera de decir, para no ser confusamente evidente, que terminan soplándote en el oído derecho: esto es, esto es lo que has buscado tanto tiempo.
Tienen absolutamente prohibido hacer comentarios a este post.

5 Comments:

Anonymous Anonymous said...

el día de la última carta de la muñeca, vi en un parque de Providencia cómo unos niños hacían torres de hojas secas sobre una rejilla. ansiosos, le preguntaban a su papá la hora. justo antes de que las endebles torres se desmoronaran, las hojas comenzaron a flotar suavecito, pero muy decididamente, hacia arriba. el aire que salía de la rejilla del metro levantó los cientos de hojas secas a varios metros del suelo y las mantuvieron ahí tambaleándose un buen rato. los niños saltaban, gritaban y estiraban los brazos hacia el cielo : el otoño al revés. el chofer del metro no sabe que provoca un milagro de tanto en tanto y que las muñecas salen de viaje. pero tú lo sabes, ¿cierto?

4:50 PM  
Anonymous Anonymous said...

mujer por què no os puedo leer sin perder el hilo. què delito he cometido... debe ser la tele a color...

una vez tratè de entrevistar a bertoni. no pude. no le pareciò poetica la nebulosa gabriela mistral.

7:38 PM  
Anonymous Anonymous said...

el de las hojas debe ser el mùsico. cierto, cierto. confieza¡

7:39 PM  
Anonymous Anonymous said...

por qué no me hacen caso?

10:21 AM  
Anonymous Anonymous said...

Esto pasó en el metro de Madrid. Veníamos, Paulina y yo de vuelta del rastro oliendo a cuanta colonia de tres euros encontramos, veníamos riéndonos en las escaleras, doblando y mirando que adelante en la vuelta que viene una cola de plumas se movía de un lado a otro. Una niña con su papá arrastraban un pajarito ecuatoriano que si no se hubiese detenido un minuto habría dado la vida porque era real. Se movía realmente, no sé si exagero si digo que hasta el corazón se le sentía fuerte después de bajar todas las escaleras del metro. Cuando estás en otro lugar, lejos de casa, te importa muy poco acercarte a preguntar. Y nos fue mal porque de esos, de esos mismos no habían en España. Y creo que en ninguna parte porque su vida la agarraba de los ojos de la niña que corría a trotecitos largos, atrás de las plumas y la voz de su padre que iba contándole una historia. Después llegué a París y encontré una cajita de música. Le dí cuerda para que la escucharas.

10:22 AM  

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